martes, 25 de octubre de 2011

Reino de Alpacatina La selección de la Reina

  de Reino de Alpacatina, el Sábado, 22 de octubre de 2011, 0:51
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Luego de la batalla Primaria y en la vispera de una nueva batalla, la batalla Electoral, se ha deslizado el rumor de que la reina va a modificar su corte luego de la batalla. El palacio se convirtio en un desfiladero de gente buscando ubicarse o mantenerse...
El palacio se encuentra revolucionado. Gente que va y viene, corre de aquí para allá. Visitantes a montones se acercan buscando algún chisme, algún comentario o indicio de lo que va a pasar. La batalla primaria pasó y la victoria del ejército realista fue aplastante. Se viene una nueva batalla, la batalla Electoral y todos, dentro y fuera de palacio, descuentan otra apabullante victoria del ejército leal a la reina.
También se da por descontado que luego de esa batalla, tan importante para el reino, la reina modificará parte de, sino toda, su corte más cercana. Varios de sus integrantes se encuentran agotados luego de varios años de gobierno, y otros simplemente han perdido el beneplácito de su majestad.
Numerosos cortesanos rondan los pasillos del palacio: los que saben que se van, los que no saben si se quedan, los que quieren entrar, los que no quieren salir, los que tienen a alguien para proponer. Muchos de los altos mandatarios de los Caballeros de la Revolución Celeste recorren el palacio, triunfadores, arrogándose de antemano altas posiciones en la corte.
Todos quieren, pero ninguno consigue llegar a la reina. Sola, encerrada en su sala de trono, ella y solamente ella decide el futuro del reino. Desde que se filtró el comentario de que ella estaba pensando en una renovación para su corte, el palacio se revolucionó. Y la reina se encerró. Nadie puede acceder a ella ni conocer su opinión. Ni siquiera su tan cercano secretario privado Turrini.
Turrini espera fuera de la sala de trono, pacientemente. El único contacto que tuvo en el día con la reina fue la específica orden que recibió de sus propios labios: nadie puede molestarla, nadie pasa al salón del trono, NADIE. Así cumplió sus órdenes a rajatabla. Inmutable se postró frente a la puerta de la sala de trono e impidió el acceso de cualquiera que quisiera importunar a la reina.

-    Buenos Días Turrini – intentó romper el hielo Daniel el Sumiso – vengo a ver a la Reina…
-    Daniel querido – lo frenó en seco Turrini – sabés qué decisiones está tomando ella y que no quiere sugerencias de nadie.
-    Si lo se, pero…
-    Y Daniel, menos opiniones o sugerencias tuyas…
-    Claro – comenta pensativo Daniel el Sumiso mientras baja la cabeza y detiene su paso hacia el secretario – Tenés razón Turrini…. Disculpa que te haya molestado.

Turrini, ni siquiera le contestó. Dejó que Daniel el Sumiso se diera vuelta y deshiciera sus pasos saliendo de la antesala del trono, con la misma velocidad con la que había entrado.

-    Permiso Turrini, vengo a ver a Kristina, dejame pasar por favor – avanzó firmemente el príncipe Amador, vistiendo sus habituales jeans, camisa blanca y campera de cuero negro.
-    No Amador, no vas a pasar.
-    ¿Cómo? ¿Qué me dijiste?
-    Que no vas a pasar, me pidió la reina en persona que nadie, absolutamente nadie la moleste.
-    ¿Nadie? ¿Ni siquiera yo, su príncipe favorito?
-    Ni siquiera vos – le replicó Turrini con el mismo tono monocorde.
-    Entonces…. – dudó el príncipe Amador.
-    Entonces vas a tener que venir en otro momento… ahora no vas a poder pasar…
-    Bueno… gracias – respondió Amador y se volvió medio confundido para sus aposentos.

Turrini escucha que lo chistan. Vuelve su mirada hacia la puerta de la sala de trono y ve la cabeza de la reina apenas asomándose y chistándole. Al acercarse a la puerta ella lo invita sigilosamente a pasar y cierra rápidamente la puerta. La reina se muestra exultante, sonriente, satisfecha.

-    Ya está Turrini, ya tengo todo resuelto. – le dice la reina mientras le señala el gran escritorio de su despacho.

Turrini recorre con la vista toda la sala, desde de la reina hasta su escritorio, repasando el desorden que gobernaba en toda la habitación. Sobre el escritorio, un panel negro sobre el que se encuentran posadas varias bolillas de madera lustrada. Justo al lado del panel lleno de bolillas espera abierto un bolillero de vidrio y bronce muy brilloso. Parecía nuevo.

-    ¿Te gusta? – lo increpó la reina – Se lo mandé a hacer ayer mismo al orfebre de palacio. Creo que no durmió en toda la semana, ni el ni su ayudante…
-    Si, me gusta…. Pero no entiendo….
-    ¿Que es lo que no entendés Turrini? Es simple, mirá te explico: Acá en estas bolillitas están todos… los dos Julios, la Débora. Está Florencio, está Nilda, está Aníbal… - mira la bolilla y la deja a un costado - no bueno, Aníbal no. Estás vos…
-    ¿Estoy yo?
-    Por supuesto tonto, ¿acaso pensaste que te iba a dejar afuera?
-    No, bueno, no pensé… - balbuceaba confundido Turrini.
-    Y si, ¡están todos! ¿Que es lo que no entendés? – y comienza a introducir las bolillas en el bolillero una por una – ¡dale ayudame!

Como nena en juguetería la reina apuró todas las bolillas dentro del bolillero y empezó a hacer girar el aparato de vidrio. Primero lentamente, y luego con más velocidad, a la vez que lo miraba a Turrini con los ojos abiertos y sonrientes, casi como desquiciada.

-   Dale Turrini, ¿no te da curiosidad? ¿Con cual querés empezar? ¿Finanzas?

La selección de la Reina (20/10/2011)

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