04.10.2011
Por el Arq. José M. García Rozado para el Informador Público
Parte II
Las distancias entre Estado nación, Estado continental y Estado supranacional y las existentes entre pobreza y riqueza y la injusta distribución de los bienes se enraízan en la estructura social y económica sobre la que se terminó levantando la Argentina e Hispanoamérica, pero aún hoy no debe ser un destino ineluctable.
Como bien dice Alberto Buela, el Estado continental industrializado es en parte importante producto del equívoca pensamiento de Chevalier, el canciller de Napoleón III, que luego de vender equivocadamente Louisiana a los EEUU y de haber abandonado a su suerte a Canadá inicia el proceso de expansión territorial estadounidense que se consolida con el avance hacia el oeste y luego de la guerra de anexión de los ex territorios españoles de Méjico logra convertirse en ese “novedoso” concepto superador del Estado nación.
Chevalier inventa o crea el concepto de “latinité” para intentar intervenir en un territorio de ultramar donde ellos ya no tenían nada que hacer, luego vendrían -en el concepto de Buela- quienes lo toman para sus propios designios (la iglesia, los yanquis y el marxismo) universalizando el error de llamar Latinoamérica a la Hispanoamérica, porque aquel concepto carece de especificidad propia y no establece ni un género próximo ni una diferencia específica, es “un flatus vocis” ya que los pueblos de habla española de América no marchan hacia aquel intento de componer un Estado continental industrial en la indoiberia que proponían Miranda y San Martín.
Helio Jaguaribe califica el concepto de América Latina como “de estéril latinoamericanismo” pero es intención en este pensador brasileño no colaborar con aquel concepto de “liberación y emancipación nacional” con “concepto de Estado continental” de los pueblos Hispanoamericanos que intentan en los períodos post dominación española crear aquel Estado continental para oponerse al estadounidense y al del Imperio de Brasil y que es permanentemente boicoteado tanto por el Imperio Británico como por el de Brasil, quienes con coincidencias de necesidades, pretenden y logran la balcanización de la América Hispana.
En las políticas de los “países-estados” miembros de un Estado continental -federativo o no- debe prevalecer la política, la economía de la producción, el trabajo y la inversión en detrimento de la hegemonía de la actividad financiera pasando del “mercado común” a la “unión de naciones” superando el concepto neoliberal impuesto por el capitalismo hegemónico del último cuarto de siglo XX y del primer decenio del XXI, la Unión de Naciones debe ser un espacio de integración multinacional como lo previeron inicialmente Sarney y Alfonsín al crear el MERCOSUR y mucho antes Vargas, Ibáñez y Perón al intentar el ABC.
En una verdadera integración continental cada país o Estado debe delegar soberanía, en diversos campos, a los órganos comunitarios y de llegarse a la moneda común, no puede cometerse el clásico error que cometiéramos nosotros y Ecuador de dolarizar -en mayor o menor medida- , o el que comete la UE al acordar una moneda común el euro que no es otra cosa que el “marco alemán” cambiado de nombre, porque la figura del Estado incorpora, entonces, una dimensión transnacional que anula y no delega la soberanía de los pueblos.
Al supeditar las políticas comunitarias, al dinero o la moneda, se configura irremediablemente un Estado supranacional neoliberal, en sentido contrario, si las políticas nacionales conservan autonomía decisoria para promover el crecimiento, el empleo, la equidad y la integración o la complementariedad productiva, existe un Estado superador del Estado supranacional comunitario y se estaría mucho más cerca del concepto de Estado continental implicando un avance realista y moderno del Estado supranacional -neoliberal o comunitario (socialiberal)- que proponen muchos pensadores autollamados progresistas, y muy en boga en los últimos años especialmente en el sur del subcontinente sudamericano.
Las crisis de los regímenes neoliberales y socialiberales, derivadas de la hegemonía financiera, abarcan, simultáneamente, a los países y a la misma Unión de Naciones -la Unión Europea es un muy claro y reciente ejemplo-, es decir, al propio Estado supranacional creado; esta convergencia, es lo que termina por complicar tanto las situaciones de crisis, pues es preciso atender, simultáneamente, los aspectos nacionales de la deuda soberana y las reglas comunitarias. Estas últimas implican que, los países adheridos a la moneda común, carecen de la posibilidad de modificar el tipo de cambio, ejecutar una política monetaria autónoma y realizar una propuesta propia de reestructuración de la deuda si así lo requiriese.
La actual devaluación del real por parte de Brasil -que depreció su moneda en más de un 20% en lo que fue de setiembre 2011- para absorber la crisis y el parate internacional producto de la crisis estadounidense y europea, es un muy claro ejemplo de soberanía monetaria imposible de ser aplicada en caso de existir una moneda común. También la falta de solidaridad entre los socios-miembros de un Estado supranacional, determina que las poblaciones de cada uno de los países miembros se hagan cargo de sus propios problemas y, llegando incluso, a los resultantes del cumplimiento de las normas comunitarias. En un Estado nación o en un Estado continental, la totalidad de su población en su espacio territorial, asume las consecuencias de sus políticas.
Los países vulnerables de los Estados supranacionales conviven con lo peor de los mundos posibles, las consecuencias negativas resultantes de sus propias políticas, suelen ser multiplicadas por las restricciones adicionales, impuestas por el régimen comunitario y agravadas por la insuficiencia de la solidaridad; las políticas de los Estados de los países miembros y las del Estado supranacional, a diferencia del Estado continental del que hablaban Miranda, San Martín, Perón, Vargas, Ibáñez y, hasta incluso, Sarney y Alfonsín, hacen aparecer como insolubles los problemas de deuda soberana de los países periféricos -o chicos o inviables- y además, de algunos mercados de aquellos.
La vulnerabilidad del sistema se refleja claramente en el simple hecho de que el problema financiero de un estado fronterizo, por más que sea muy influyente culturalmente pero, cuya economía, es una ínfima parte intrascendente del Estado supranacional o global, pueda provocar una perturbación inimaginable; esto es consecuencia inevitable de colocar los intereses del sector financiero por encima de los de la economía real e incluso por sobre la política y el bienestar de los pueblos integrantes del Estado supranacional neoliberal o comunitario y socialiberal.
Al mundo globalizado le convienen los Estados continentales por sobre los Estados nación o los supranacionales, pues consolidan sus economías y su peso político en un mundo cada vez más multipolar pacífico, seguro y con oportunidades para todos; la UNASUR como Estado continental de unión de naciones confrontará tres desafíos principales y concurrentes: primero, subordinar los sectores financieros a la economía real y recuperar la autonomía necesaria de las políticas públicas frente a los criterios de los mercados especulativos, siendo éste un requisito imprescindible de la recuperación económica mundial hoy.
Segundo, profundizar las normas comunitarias y la complementariedad abarcando los lineamientos básicos de los políticas fiscales de los países miembros, incluyendo la emisión de deuda en bonos del Banco del Sur, recientemente creado, “comunitarios” para evitar desvíos que concluyen en endeudamientos inmanejables; y tercero profundizar la solidaridad aceptando que, como en un Estado nación, los problemas de los países miembros del Estado continental son los problemas de todos los habitantes de la Unión de Naciones y, en particular, que las coberturas sociales tengan respaldo del Estado continental.
Esto pone a prueba la voluntad política de los países miembros más importantes, de sus electorados y gobiernos, de asumir semejante empresa de la construcción de la Sudamérica unida y sus costos; siempre es útil rescatar, de la experiencia ajena, enseñanzas para entender la propia, los acontecimientos que se analizan de lo sucedido actualmente en la UE ratifican, clara y nuevamente, la necesidad de mantener la casa en orden, no cayendo en el abismo de los mercados especulativos y sostener con firmeza y decisión el ejercicio responsable de la soberanía económica, que es la única y mejor respuesta a las oportunidades y los riesgos de la globalización.
Atacar profunda y decididamente las desigualdades sociales, en cada Estado nación integrante del Estado continental y de ser necesario apoyarse y ayudarse en esta tarea solidariamente es una cuestión coyuntural, la experiencia europea revela la conveniencia de reglas que compatibilicen el desarrollo nacional de los países miembros de la UNASUR y el MERCOSUR con la integración y la complementariedad regional, atendiendo específicamente las asimetrías existentes. Aquella no conformación, durante los siglos XIX y XX del Estado Continental Sudamericano, llevó al resultado presente de Estados nación inviables o poco o nada viables, aunque el cambio de pensamiento nos vuelve a permitir avizorar que la desigualdad no es un destino ineluctable de nuestra Hispanoamérica.
Parte Iª
Las distancias entre Estado nación, Estado continental y Estado supranacional y las existentes entre pobreza y riqueza y la injusta distribución de los bienes se enraízan en la estructura social y económica sobre la que se terminó levantando la Argentina e Hispanoamérica, pero aún hoy no debe ser un destino ineluctable.
Las grandes desigualdades en Argentina e Hispanoamérica son un lugar común en las discusiones intelectuales de la región, donde se entremezclan las imágenes que nos muestran las situaciones de extrema pobreza conviviendo con el lujo y nos las recuerdan permanentemente; sabemos también que la región no es justamente la más pobre del globo, por el contrario es quizás una de las más beneficiadas por la naturaleza y las condiciones climáticas, pero también sabemos que es una de las que mayores desequilibrios entre los habitantes y las regiones tienen, y son de las más agudas.
No siempre fue así, durante el período colonial español no era así, incluso cuando la creación del Virreinato del Río de la Plata estrenando capital porteña, varias regiones del interior competían con el Puerto de la Santísima Trinidad -Buenos Aires- en tamaño de población, en riqueza y en muchos otros terrenos como la industria textil, los saladeros, etc., tanto es así que las Capitanías de Chile y Paraguay enarbolaban desarrollos como mínimo similares, y las ciudades como Córdoba, Tucumán, Chuquisaca, La Paz, Sucre y Montevideo en varios renglones la superaban ampliamente.
Al independizarnos de España, la crisis de los mercados interiores, que habían sido el motor de las economías coloniales, y el desarrollo de una economía atlántica poderosa impulsada por la Gran Bretaña y su “revolución industrial”, vuelcan la balanza rápidamente hacia aquellas regiones en condiciones de producir las materias primas que el Imperio Británico requiere -entre ellas los alimentos-, y las naciones del norte demandan, cuyos precios crecían en relación a los bienes industriales, aunque igualmente los términos del intercambio siempre favorecieron a los segundos, mientras recién ahora se están revirtiendo.
Las regiones interiores y las Capitanías tuvieron grandes dificultades para aprovechar este proceso por su menor aptitud para producir estos bienes, como por las distancias a recorrer hacia los puertos que terminaban encareciendo sus costos para ser colocados en los mercados mundiales. Inglaterra idea un plan de desmembramiento de Hispanoamérica, a la vez que intrusa territorios -Islas Malvinas, Guyana Británica, y las islas del Caribe- y junto a su factoría lusitana utiliza el comercio de esclavos africanos para agrandar su comercio con la región, intercambiando mano de obra esclava y productos manufactureros industrializados por materias primas y alimentos.
Miranda es quien con más sabiduría descubre este plan estratégico del Imperio Británico pero no logra imponer su idea de la Patria Grande hispanoamericana desde el ex Virreinato de Méjico hasta el del Río de la Plata, pasando por el de la Gran Colombia y el del Perú, en esta etapa -entre 1800 y 1860- crece espectacularmente la distancia entre las regiones y a su vez, el desmembramiento que impidiera la constitución del segundo Estado Continental Industrializado del continente americano, siguiendo los pasos de los EEUU de Norteamérica; Buenos Aires, cabeza del Virreinato más extenso de las ex colonias españolas -llegó a tener territorios en el Afrecha, la Guinea Ecuatorial- no supo o no quiso, bajo la influencia Inglesa, mantener su integridad territorial permitiendo su atomización.
Las distancias entre las regiones jugó a favor de Buenos Aires y de algunas zonas del litoral, como la ex Capitanía General del Paraguay, a quien el mal pensado centralismo porteño le asestara el golpe mortal con la Guerra de la Triple Alianza impulsada por el Imperialismo Británico y su aliado continental el Imperio del Brasil. Es en esta guerra injusta y ajena a los intereses Argentinos e hispanoamericanos, que Buenos Aires se desembaraza criminalmente de los ex esclavos africanos convirtiéndose en la única ex colonia española del atlántico en no tener población de sangre afro.
El desmembramiento, las distancias, la diferencia abismal de desarrollo, la llegada del ferrocarril -ideado y construido bajo las necesidades Británicas- aceleran las migraciones internas desde esas regiones postergadas y empobrecidas hacia el litoral y de manera casi excluyente sobre Buenos Aires y su puerto, cuya población crecerá a ritmos exponenciales cuando a fines del siglo XIX la inmigración europea le sume un torrente que se concentra sobre todo en esa región costera y litoraleña. Es, paradójicamente, ese mismo ferrocarril quien permite corregir en alguna medida una parte de esas desigualdades al incorporar a algunas de las regiones del interior al mercado mundial o permitirles competir con sus productos regionales en los grandes mercados del litoral, ahora más cercanos para ellas.
Es en este mismo período que los destinos del Estado Continental Industrializado que soñaran Miranda y San Martín, quedan definitivamente truncos y a su vez, nace con la instalación del Rey de Portugal en la colonia de Brasil conformando el reino de Portugal, Brasil y Algarve -1802/1821- precisamente cuando éste regresa a Europa y deja en Salvador de Bahía a su hijo Pedro I coronado como Emperador del Brasil -1822- la potencia expansionista lusitana, que comienza a colonizar expandiendo territorialmente su pequeño Imperio hacia el norte, el sur y el oeste. Avanzando sobre los territorios de Venezuela, Ecuador y Colombia -ex Virreinato de Colombia-, Perú y los ex territorios del Virreinato del Río de la Plata -Bolivia, Paraguay, las provincias “gaúchas” de Rio Grande do Sul, Santa Catarina, Paraná- y Uruguay al que luego de una cruenta guerra y derrotado logra que se independice de nuestro país.
Nacen así los Estados nación sudamericanos, como contrapartida al Estado continental sudamericano, quedando desde aquel mismo momento en inferioridad de condiciones frente al poder Imperial de la Gran Bretaña y sus Estados continentales americanos -EEUU enfrentado y compitiendo con él y el Imperio de Brasil como su aliado regional-; dentro de lo que quedó como nuestra frontera los casos más notables de desarrollo a través del ferrocarril -no porteño o litoraleño- fueron las zonas pampeanas de Santa Fe y Córdoba y más alejado el azúcar de Tucumán y los vinos cuyanos. Sin embargo, el ferrocarril no termina de corregir las desigualdades generadas en el período inicial -1800 a 1860-, así como deja también de lado a muchas otras regiones que terminan por convertirse en marginales.
Lo mismo termina por ocurrirles a diversos Estados nación sudamericanos, que alejados o postergados del comercio mundial se convierten como mínimo en Estados marginales o “no viables”, porque sus riquezas, su extensión territorial o su potencialidad no les permite competir mundialmente como productores de materias primas o alimentos, o porque pudiendo hacerlo se desangran en luchas fratricidas entre ellas -Guerra Chile-Perú-Bolivia, Guerra Paraguay-Bolivia y la ya nombrada Guerra de la Triple Alianza-, es así en ambos casos, Argentina y Sudamérica en dónde la única opción para sus habitantes parece ser la migración hacia aquellas otras bendecidas por la naturaleza o -en el caso interno argentino- por el trazado del ferrocarril.
Este discurso puede aplicarse también a las desigualdades entre grupos sociales y las personas; la distancia entre pobres y ricos así como el peso de los sectores intermedios, no sólo difieren mucho entre las regiones argentinas, o los países sudamericanos, sino que también han variado fuertemente a lo largo de la historia. Se puede decir que algunas regiones -o naciones- del litoral fueron tradicionalmente más favorables a la movilidad social, así como permitieron un reparto de la riqueza algo más equilibrado que algunas regiones o países del interior (Bolivia y Paraguay son dos muy claros ejemplos de iniquidades); en esto influyó desde los tiempos coloniales la existencia en las últimas -regiones desfavorables- de una más numerosa población indígena discriminada en el reparto de los recursos y del poder, así como la constitución de sectores dominantes (oligarquías) más cerrados y con un control más completo de los bienes básicos como la tierra.
Regiones o países con oferta de tierra apta variada y abundante a través del largo proceso de expansión de la frontera -que generaba una atroz desigualdad en relación a los indígenas desplazados y despojados en ese mismo avance, lo mismo que los pueblos afrotransplantados- permitió un acceso más fluido a la tierra a muchas familias, así como otorgó mayor capacidad de negociación a los escasos trabajadores ante sus potenciales patrones, pero esto no siempre fue así; y en un ejemplo nacional podemos encontrar asombrosas diferencias hasta en regiones muy cercanas, la Puna y Quebrada en Jujuy con sus grandes haciendas tradicionales y una amplia población indígena, es una de las más desiguales mientras en los valles centrales cercanos a la capital los niveles de desigualdad son muy parecidos a los de Buenos Aires.
Este ejemplo nacional puede repicarse entre los Estados nación sudamericanos, viendo como hoy Chile, Uruguay y Perú compiten con la segunda potencia económica sudamericana en desigualdad social, mientras Bolivia y en menor medida Paraguay -y Chile hasta no hace demasiados años- son de las más desiguales respecto de nosotros produciendo las mayores migraciones hacia lo que ellos consideran bendecidas por la naturaleza y con menor desigualdad social. La no conformación de Sudamérica española en Estado continental condenó a una gran cantidad de países durante todo el siglo XX y la mitad del siglo XIX en Estados inviables o no viables, como le sucediera y sucede a una gran cantidad de Estados nación europeos, asiáticos y africanos aunque el cambio de pensamiento nos permite avizorar que la desigualdad no es un destino ineluctable de nuestra Sudamérica española y Argentina y que estudiarla puede ayudarnos a entender nuestro presente de injusticias y quizás lograr modificarlo, aunque sea tardíamente o hasta parcialmente.
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