viernes, 21 de octubre de 2011

"Cristina no hace llover" por Ricardo Saldaña


"No se recuerda precedente local, de una sociedad entregada en forma casi religiosa a la iluminación de un personaje providencial, cuyo blindado hermetismo alimenta las más variadas y contradictorias conjeturas"
 
  "Cristina no hace llover" por Ricardo Saldaña 

https://fbcdn-sphotos-a.akamaihd.net/hphotos-ak-snc7/318655_229369743789232_178887795504094_662507_266573229_n.jpg Ya en las primeras tribus humanas existían hombres y mujeres que se atribuían la capacidad de manipular las sutiles fuerzas del cosmos, lo que les garantizaba el dominio sobre sus pares.

Claro que el riesgo implícito en una estrategia de poder apenas sostenida en la exitosa instalación de la creencia de que quien manda posee el don de hacer llover, reside en la imposibilidad de evitar el límite inexorable de un cambio en el régimen pluviométrico, que caprichosamente suele imponer la insobornable naturaleza. Un caso particular se presenta cuando quien manda está convencido de poseer efectivamente la magia de ese don.

La previsibilidad no seduce ni moviliza. Tal vez porque nos resulta más atractivo el vértigo de lo incierto. De ahí que este último tramo de la campaña se arrastra patéticamente entre la intrascendencia y la apatía. Al extremo que lucen prácticamente extemporáneos los spots que saturan las pantallas por estos días. Esta comprensible sensación, sin embargo, quizás deje fuera del radar lo que a mi juicio constituye el atractivo esencial de este tiempo político que nos toca protagonizar, que es su absoluta y multifacética singularidad.

Tal vez la más notable sea la novedad histórica de un tercer mandato consecutivo, disimulado en las formas por lo que con ingenio define Beatriz Sarlo como el “enroque conyugal criollo”. Si bien el desgaste de la gestión parece mitigado por la arraigada percepción (¿fundada?) que CFK estrenó efectivamente el cargo recién a la muerte de su marido, resulta llamativo que la épica del “relato” sigue haciendo pie en las tinieblas de la crisis 2001-2002. La lógica argumental resulta impecable, ya que el primer mandato -merced a la coartada del rebote- embellece notoriamente la gestión promedio, cuyos logros económicos desde 2007 son apenas discretos. Paradójicamente, las preferencias electorales estarían premiando a quien condujo la etapa crepuscular del “modelo”-casi un homenaje al extinto-, ya que los promocionados logros del segundo tramo (AFJP, AUH) no fueron sino correctivos forzados para extender su sobrevida, acosada por los flagelos de la inflación y el despilfarro. Más allá de toda especulación, lo que resulta inexorable es que el tiempo termina naturalizando la adquisición de lo que fueron en un tiempo valorados anhelos -como pasó en los ‘90 con la estabilidad-, que son reemplazados por nuevas demandas a atender. La recuperación del empleo y del ingreso ya dieron todo lo que podían dar en términos de respaldo popular, y no parecen alcanzar para apuntalar un nuevo ciclo que no augura precisamente abundancia.

¡Pero nuestro espíritu pionero tendrá más gratificaciones…! Por primera vez en nuestra historia, participaremos de una elección presidencial cuyo desenlace fue consagrado por anticipado mediante un simulacro general no vinculante, pero de un valor simbólico tal, que confirma la decisiva potencia de las imágenes en el proceso de construcción de la realidad. Paradójicamente, el efecto colateral del engendro de las primarias, consumadas aún cuando los hechos las habían tornado redundantes al propósito para el que fueron concebidas, termina convirtiendo en superfluas a las elecciones genuinas. Va de suyo que esta desnaturalización impone la necesidad de repensar para el futuro, tanto el instrumento como su operación. La observación excede cualquier especulación facciosa; bastaría imaginar el impacto en la gobernabilidad que hubiera generado la eventualidad de un resultado simétricamente inverso.

Agrega aún más densidad a la peculiaridad señalada, la verificación de que siendo la economía el atributo que los sondeos señalan como fundamento del previsible triunfo oficialista, las variables que la expresan al momento de las elecciones “verdaderas”, poco tienen que ver con las prevalecientes en ocasión del ensayo que cristalizó aquel resultado. En efecto, los últimos sesenta días muestran una caída del precio de la soja de 15/20%; una devaluación del real frente al dólar que apunta al 30%; una reducción de la previsión de crecimiento del PBI de Brasil del 50%; un tipo de cambio artificialmente sostenido al costo de una caída de las reservas del BCRA del 6%; un incremento del riesgo país del 35%; una caída del Merval del 30%; los depósitos a Plazo Fijo estancados en $100 MM, arduamente sujetados por tasas que trepan hasta el 20%; la brecha entre el dólar oficial y el paralelo duplicándose, hasta alcanzar el 12%, y la fuga de capitales en crecimiento constante, superando ya los u$s 3.500 M mensuales. A lo que cabría agregar los anuncios de suspensiones en las industrias textil y automotriz, una caída del Índice General de Expectativas Económicas (UCA-Gallup) del 3%, y un endurecimiento de la postura de EEUU en los organismos multilaterales de crédito, que anticipa crecientes dificultades para la cada vez más apremiante necesidad de acordar con el Club de París. A diferencia de 2009, cuando Néstor Kirchner se equivocó, suponiendo que se anticipaba a la crisis adelantando las elecciones, el azar parece haber jugado esta vez para el gobierno, merced al virtual adelantamiento que significaron las primarias.

Pero lo que resulta ciertamente llamativo, es que a diferencia de la natural inquietud que suele generar la incertidumbre de un resultado electoral, los comportamientos de los agentes económicos que afectan a las decisiones de inversión, en particular los vinculados con el dólar, se han disparado, precisamente, a partir de la ratificada presunción de un triunfo oficialista.

Esa paradójica novedad descuenta que el nuevo escenario económico impondrá pasar de la comodidad de administrar la abundancia, a las tensiones de administrar la escasez. Para un gobierno que inicia su tercer mandato consecutivo, eso señala otra singularidad. No habrá en este caso luna de miel para el nuevo ciclo. Por primera vez desde la muerte de Néstor Kirchner, la gestión será interpelada por una sociedad que necesita acreditar certeza de que hay alguien a cargo. No deja de resultar un desafío intenso, para un sistema de poder cuyo inédito personalismo le otorga ilimitada discrecionalidad, si bien al peligroso costo de exponer a la conducción al riesgo de un desgaste acelerado. Más aún cuando se carece de equipos de probada idoneidad. No se recuerda precedente local, de una sociedad entregada en forma casi religiosa a la iluminación de un personaje providencial, cuyo blindado hermetismo alimenta las más variadas y contradictorias conjeturas.

El mundo desarrollado exhibe hoy con dramatismo la generalizada pérdida de poder con que las sociedades están facturando a sus gobiernos sus frustradas expectativas, resultando icónico, en tal sentido, el caso de Barak Obama. La referencia aparece inquietante de cara a una cartografía política que entrega el claroscuro de una concentración de poder sin parangón, sobre el registro de un default opositor que marca el menor caudal electoral que se recuerde para una segunda fuerza; sobre todo cuando no se percibe que ese contraste revele la consistencia de un liderazgo inoxidable, como, por ejemplo, el que le permitió al General Perón, en 1952, contar con el respaldo popular para poder exportar trigo, al costo de privarse de consumir pan blanco.

Habiéndose frustrado -con la desaparición de Néstor Kirchner- el ingenioso mecanismo de la sucesión conyugal, se torna inevitable la irrupción del conflicto sucesorio en el peronismo, cuyas crisis de resolución atraviesan nuestro último medio siglo de historia política. Es sabido que su centralidad se acentúa en condiciones de vacío opositor, lo que hace esperable una cierta precocidad en las primeras escaramuzas, alimentada en este caso por la labilidad de los alineamientos internos y la carencia de una hoja de ruta acordada. La fulminante instalación de la reforma constitucional no hace sino confirmar que esa percepción es compartida en la cima del poder.

Blog del autor: www.nohayalmuerzogratis.blogspot.com

Ricardo Saldaña para el Informador Público 18.10.2011

Fuente: http://www.informadorpublico.com/Saldana.html

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